Nuestra condición de ser humano nos permite ciertos privilegios que a otros seres creados no se les permiten. De igual manera, esta condición nos hace vulnerables a reaccionar ante ciertos eventos de nuestras vidas. Es algo normal ver en nuestra sociedad a personas actuando de una manera inadecuada. Los que sucumben ante un pobre concepto de moralidad son etiquetados bajo el concepto de inmorales. Nuestros sectores están abarrotados de toda clase de personas: drogadictos, ladrones, adúlteros, fornicadores, mentirosos, engañadores, estafadores, prostitutas, entre otros.
Jesús nunca estuvo ajeno a tales personas dentro de la sociedad en que le tocó vivir; una sociedad que se rige bajo principios muy estrictamente elaborados. Tal es el caso de la mujer samaritana (Juan 4). Dice la Biblia que a Jesús le era necesario pasar por Samaria. Ahí estaba el Maestro cansado, agotado, exhausto, extenuado, consumido… “Entonces Jesús, cansado del viaje, se sentó junto al pozo. Era como la hora sexta” (4: 6). Luego de una larga conversación con la mujer samaritana le hace la petición que marcaría toda su vida: “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (4: 16). Podría imaginarme el rostro de aquella mujer; una expresión de angustia, intranquilidad, ansiedad, desconsuelo, incertidumbre… Es la misma expresión que exterioriza una persona cuando supone ha sido desnudada ante alguna infracción.
“Respondió la mujer y dijo:
- No tengo marido.
Jesús le dijo:
- Bien has dicho: no tengo marido, porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho en verdad.” (4: 17, 18).
Estamos frente a una mujer que no ha vivido conforme a los lineamientos que le ha marcado su sociedad, pero también estamos frente a una mujer que ha sido censurada la mayor parte de su vida. Estamos frente a una mujer que necesita la dirección, el cuidado y el amor de un Dios todopoderoso, y de la ayuda de su gente. Quizás esta mujer nunca quiso vivir de esta manera, mas no había encontrado a alguien que le moviera a cambiar su forma de vida. Podríamos conjeturar, por lo que nos da a entender Juan 4, que esta mujer cambió la manera de conducirse debido a la conversación que tuvo con Jesús. Ya no sería recordada como una “puta”, sino más bien como una “puta” convertida.
“Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres:
- Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo? (4: 29).
Volvamos a nuestros sectores, a los drogadictos, ladrones, adúlteros, fornicadores, mentirosos, engañadores, estafadores, prostitutas. Consideremos por un momento que no es el deseo de ellos ser etiquetados de esa manera. Seamos capaces de olvidarnos del agotamiento físico y mental a causa de los diferentes roles en los que fungimos. Seamos capaces de ayudarles de la única y efectiva manera que podemos, a través de Jesucristo. Seamos capaces de llevarles el mensaje del Evangelio; un mensaje lleno de esperanza. Pero también seamos capaces de discernir que no solo en los lugares más marginados hay “putas” que deben ser convertidas. Las “putas” las encontramos en todos los ámbitos de la sociedad. Hay “putas” sentadas en los tronos de autoridad de nuestras naciones. Hay “putas” ejerciendo roles de eminencia. Hay “putas” dictando leyes. Hay “putas” por doquier. Mas a pesar de todo esto, hay un Dios que trae esperanza en un mundo tan desesperanzado.
